Estamos ya preparando la fiesta para celebrar la despedida de un año y la llegada de otro nuevo. Vamos a comenzar un año que, como todos, traerá escondida entre la carga de sus 12 meses nuevos, otra que parece más liviana: la de los propósitos que, hechos con la mejor voluntad, encierran en sí la fuerza y energía suficientes para permitirnos atacar, con garbo e ilusión, la incógnita de sus 365 días y con ellos las tareas proyectadas.
Porque ¿quién, cada año, no hace o tiene previsto algún propósito para el año que comienza? Será iniciar el estudio de un idioma o aprender algo de informática. Para bastantes, el comienzo del año era, hasta ahora, la fecha mágica para dejar de fumar, y bastantes había y hay, que se marcan fechas de enero como momento de inicio de una nueva actividad que se resistía o de toma de una decisión que de ordinario iban retrasando.
En bastantes casos, con el paso de esos días, se nos hará presente la realidad, acompañada de dificultades y de no pocos impedimentos que tratarán de disuadirnos de la puesta en marcha de esos propósitos, que nos impedirán pensar en la bondad de lo que ya iniciado se abandona, o en el valor de lo que se pierde por no haberlo comenzado. Por esta razón, junto con los propósitos a realizar a partir del año nuevo, habría que hacer otro doble, más consistente: el de iniciar todo lo propuesto y el de no abandonar su ejecución a no ser por causa grave.
De ordinario hacemos propósitos cuando no estamos satisfechos, aunque no sea más que interiormente, de la marcha y funcionamiento de algunas cosas, tanto en orden personal como ambiental o social. “Podrían ir mejor”, pensamos, y además solemos tener razón. Sería bueno que siguiendo con el razonamiento, llegásemos a la raíz.
Si lo hiciéramos comprobaríamos que muchas veces, el funcionamiento irregular de las cosas se debe, más que a acciones erróneas, a omisiones…a cosas que simplemente hemos dejado de hacer. Algo, por otra parte, de lo que todos tenemos amplia experiencia. Porque, ¿quién no “ha dejado de hacer” alguna cosa cobijado bajo el paraguas del “lo haré más tarde”, “eso no va conmigo”, “ya lo hará otro”, “no es de mi competencia” o “que lo haga aquel a quien pagan para ello”…? Es preciso reconocer que todos o casi todos somos, si no aficionados, al menos somos proclives a dejar cosas sin hacer.
Las omisiones voluntarias, mantienen o producen oquedades, huecos, vacíos, que sin rellenar, pueden provocar derrumbes o desembocar en situaciones socialmente negativas, de las que nadie, una vez llegadas, se reconoce culpable. Es que cada omisión siempre trae de la mano como justificación, una muletilla, una frase hecha: “eso no era cosa mía”.
Vamos a comenzar un año nuevo: que a lo largo del mismo seamos muy positivos, que los propósitos se hagan realidad, que no abandonemos ninguno y que en todo 2007, alejemos de nuestra labor diaria las peligrosas omisiones.