Solidaridad y Medios

Solidaridad integral en los Medios de Comunicación

Archive for febrero 2017

Deseo de infinito enamoramiento

Posted by solidaridadmedios en febrero 22, 2017

amor-y-fidelidadEl deseo de infinito está impreso en el alma humana. Todo lo que persigue el hombre se termina, o no es como lo imaginaba y de alguna forma le produce frustración.

La sensación que más recuerda a ese deseo de infinito quizás sea el enamoramiento. Un estado casi de contemplación, donde el otro gusta tal y como es, y nosotros también. Se nos deja que seamos nosotros: no se nos pide que cambiemos. Gustamos como somos. Es una de las razones por las que es un estado deseado y añorado.

Por eso, uno no termina de creer que en el amor haya que sufrir. Amar y enamorarse son dos cosas distintas. Resulta muy difícil creer que el enamoramiento no sea querer (no sea amar); que sea solo un buen estado para empezar a encariñarse con el otro, para que al principio, amar no sea costoso, para que se empiece a querer sin sufrimiento.

Ese deseo de infinito, que uno no había conocido antes de enamorarse por primera vez y que nos saca de nosotros mismos, tiene características de infinitud. Por eso, cuando una pareja se rompe produce tanta sorpresa entre sus conocidos, aunque sea muy frecuente. Parece mentira que dos personas que han estado en esa situación de casi intemporalidad, lleguen a olvidarse, a despreciarse, a ignorarse, cuando casi habían tocado el infinito.

Para empezar a querer, y para seguir queriendo, hay que descabalgarse de ese estado de enamoramiento, lo cual ocurre aunque no queramos, aunque nos parezca que no va a ocurrir nunca. Entonces hay que empezar a hacer cosas por el otro, a pensar en él más que en nosotros. Hay que utilizar la inteligencia y la voluntad; hay que ser libres y eso siempre implica dejar un poco de lado los sentimientos. Las personas que piensan que estar enamorados ya es querer, cuando aparece esa situación de más lucha por querer, cuando se baja a la finitud del ser humano, empiezan a ser conscientes de que hay momentos en que querer, cuesta. Hay que ir en contra sentimientos y entonces hay que utilizar la inteligencia -¿qué tengo que hacer para seguir queriendo?- y la voluntad –querer hacer lo que se ha visto con la inteligencia, aunque cueste y los sentimientos no respondan-.

Los medios de masas, cine, tv, revistas, y demás, afirman de forma habitual, lo contrario. Se equivocan. El ser humano no es dueño de sus sentimientos pero sí de sus amores. Por tanto, cuando el sentimiento no va a favor del amor, habrá que recurrir a la inteligencia y la voluntad para seguir queriendo.

Los sentimientos volverán, y cuanto menos nos preocupemos de ellos… quizás lo hagan antes. Pero amar siempre depende de mí y no de algo que yo no controlo. Ese es el cariño maduro. El de verdad.

José María Contreras

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Natalidad estancada

Posted by solidaridadmedios en febrero 22, 2017

Para la mitad de las mujeres entre los 30 y 44 años, tener un hijo ha alterado su vida laboral, obligándolas a una reducción de la jornada, al abandono temporal o definitivo del trabajo.
La procreación de hijos no explica, por sí sola, la dificultad de conciliación entre trabajo y familia. Sí lo hace una tasa de empleo femenino y una debilísima fecundidad de, aproximadamente, 1,34 hijos por mujer.

REDACCIÓN SYM
mujer_trabajadoraLos países que forman parte de la Unión Europea tienen una alta tasa de fecundidad y registran la mayor actividad laboral femenina del resto de los países no incorporados a la UE. Un factor peculiar de España, que incide en la baja natalidad, es que el 37% de las trabajadoras tiene un contrato temporal cuando la media comunitaria es del 15,5%.

Es frecuente que en una familia joven ambos cónyuges tengan un contrato temporal, lo cual influye en sus decisiones de natalidad. La mayoría de las mujeres de los países de la Comunidad Europea creen que el modelo ideal es aquel en el que ambos cónyuges tienen un trabajo de similar dedicación y se reparten el cuidado de los hijos. Pero menos de la mitad vive en una familia de esas características.

La actividad laboral femenina no impide traer hijos al mundo e incluso formar familias numerosas. Esta es la opinión sobre el trabajo y los hijos, de un autor del siglo pasado cuando recordaba a los padres que “no duden en tener una familia numerosa, porque lo prioritario no es la búsqueda del éxito profesional, sino transmitir a los hijos aquellos valores humanos y cristianos que dan el verdadero sentido a la existencia”.

En esta sociedad decadente hay que valorar al niño en toda su dimensión y trascendencia como una persona en desarrollo y que los adultos parece que tienen un empeño especial en ir “contra natura”, degradando su integridad física y moral. No deben olvidar esas madres, que sus hijos no son suyos, son hijos de Dios.

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Una madre ante su hija con Síndrome de Down

Posted by solidaridadmedios en febrero 22, 2017

bebe-sindrome-downEddy inscribió a sus hijos en el CADI (Centro de Apoyo al Desarrollo Integral), institución del Uruguay que busca ayudar a mejorar la calidad de los niños y de las familias en situación de riesgo social. Eddy piensa que en CADI aprendió a ver la mano de Dios en todo. Ante su último hijo con el Síndrome de Down afirmó “Si Dios me lo manda es una bendición”.

En la VI carrera Down Madrid participaron más de 4.000 corredores con Síndrome Down. Evento que está apadrinado por  Vicente del Bosque  y su hijo Álvaro, con Síndrome Down.

“Son niños que no causan nunca disgustos”, asegura María Victoria Troncoso que dio a luz a una chiquilla con el Síndrome de Down. Lo normal es que suceda un caso por cada 800 nacimientos, entre jóvenes de 30 a 34 años.

En Europa se da una singularidad callada y trágica: la edad del embarazo se demora, pero la incidencia del Síndrome de Down decrece. La razón de esta irregularidad estadística, ya no nacen niños con el Síndrome de Down, porque son exterminados cuando aún se localizan en el claustro materno. Son unas criaturas que se encuentran en riesgo de extinción.

Por otra parte, la publicación The New England Journal of Medicine, anunció el proyecto de una nueva prueba, no invasiva, que permitirá descubrir el Síndrome de Down a los tres meses de la fecundación, con una exactitud del 87%.
Un facultativo que había ayudado al nacimiento del hijo de Ana, le notificó la novedad: “Su hijo tiene el Síndrome de Down”. Convocó Ana a su esposo y le dijo: “Tendremos que ir a por el tercero”. El tercero, Javier, nació sin ningún tipo de síntomas.

Vegetamos en un declive moral en el que los padres empiezan a eliminar a sus hijos por no tener ciertas peculiaridades. Esta actitud es ofensiva, se asienta en la incultura: el Síndrome de Down no es un asunto estético, sino un achaque de una criatura débil e indefensa.

“Tengo 21 años. Cuando nació mi hijo me dijeron que tenía Síndrome de Down, me quise morir. Atravesé por una depresión de tres meses. Ahora sé que el concepto que tenía del Síndrome de Down era distinto. Se acerca a los dos años, lo capta todo y ya ha empezado a hablar. Si retrocedieran en el tiempo y me hubiera hecho la prueba y me aseguraran que mi hijo viene con Síndrome de Down, nunca me practicaría el aborto”.

Clemente Ferrer

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La felicidad está en las cosas pequeñas

Posted by solidaridadmedios en febrero 17, 2017

disfruta-de-las-cosas-pequenas-300x300Soy un gran aficionado a la carrera a pie, que practico por los bellos alrededores de Segovia. Sobre todo en verano, suelo recorrer las alamedas de la Fuencisla y del Parral, en las que encuentro numerosos paisanos disfrutando del aire libre en estos estupendos parajes; unos haciendo picnic o echando una partida de cartas, otros leyendo un libro, observando la naturaleza o escuchando el cántico de los pájaros o del río Eresma, limpio y transparente, que ofrece una sensación de bienestar increíble. Todo muestra que estas personas se sienten a gusto.

Esta observación diaria, me ha llevado a reflexionar un poco y dar mi punto de vista no tanto sobre el difícil tema de la felicidad, un sentimiento difícil de definir que nunca logramos por completo, sino de su condición indispensable, que es la de sentirse a gusto; bien consigo mismo.
La felicidad es una opción personal a la que todo el mundo aspiramos. Seguramente, alguna vez habrás reflexionado:
Si ser feliz es una opción ¿por qué es tan difícil serlo?

Muchos pensadores y filósofos se consagraron  plenamente para escribir sobre la felicidad y llegar casi siempre a la conclusión de que se trata de algo complejo de explicar, algo a lo que todo hombre aspira sin saber muy bien lo que es. Ramón Pérez de Ayala, decía: Gran ciencia es ser feliz, engendrar alegría, porque sin ella toda existencia es baldía.

Ciertamente, resulta paradójico que en una cultura obsesionada con el placer y el individualismo, cueste tanto disfrutar de una felicidad estable y duradera. A estas alturas, nuestra civilización tendría ya que haber descubierto esa piedra filosofal que nos permitiera avanzar. Yo creo que en gran medida se debe a nuestra incapacidad para comprender que la felicidad no está “allá afuera” en algún lugar, sino dentro de nosotros mismos. Todo lo que pretendamos que desde fuera nos llene está abocado al fracaso.

La verdadera felicidad es esa que dura y perdura, esa que nos inunda de serenidad, esa que nos establece anclados en la tierra y unidos con el cielo, esa que nos interrelaciona con otros seres humanos, esa que se mantiene a pesar de los descalabros y los baches, la que se va construyendo con la claridad de saber que tiene mucho que ver con el aumento de conciencia y muy poco con el mundo material, mucho con la fe del que se sabe a contra corriente pero no se deja llevar por las modas ni la presión de la mayoría.

Mucho más fácil es alcanzar una felicidad en pequeñas dosis, la que vulgarmente conocemos como “sentirse a gusto”, aunque sea por tan sólo un breve instante. Es esa grata sensación de tranquilidad casi siempre asociada a una experiencia física, como la caricia del sol que nos hará entornar los ojos, el calorcillo que en un día helador nos reconforta el cuerpo, el dulce abandono de un momento de paz y de silencio tras una jornada de trabajo o la cercanía del amigo.

Pero, para sentirse a gusto ¿es suficiente una sensación corporal, cuando –como suele con frecuencia ocurrir– una realidad preocupante o angustiosa nos tiene el ánimo alterado o en suspenso? Porque en tales circunstancias, muchos se preguntan ¿cómo puede uno “sentirse a gusto”, aunque sea por poco tiempo? La respuesta es que siempre –en medio de la tristeza, incluso– podremos encontrar cierto respiro. Como también, podremos casi siempre hallar algún atisbo de esperanza. Puede ser, por ejemplo, la sensación real o acariciada de que las cosas van algo mejor. O que, simplemente, no empeoran. O que la vida nos va sacando, poco a poco, del pozo en que caímos. Es decir, tomarse las cosas con deportividad. Buena táctica para no exagerar los problemas y plantearse si lo que nos ha ocurrido tendrá en realidad alguna importancia dentro de algún tiempo, porque, aunque no siempre podamos cambiar el rumbo de las cosas, siempre podemos adoptar ante ellas la mejor actitud.

Yo admiro a quienes, para “sentirse a gusto”, aunque sea sólo de vez en cuando, no necesitan un yate de equis metros de eslora, ni hacer un crucero por el Mediterráneo, ni viajar a Cancún, ni contar con una robusta cuenta en el banco, ni ser admirados por nadie, ni tener unos hijos que son una lumbrera, ni exhibir su riqueza a los amigos, ni tener una envidiable salud de hierro, ni llegar con tranquilidad a fin de mes. Yo admiro a quienes viven con un nivel de salud precario, o cargan con una pena sin remedio, o temen al futuro, o carecen de lo que hoy se tiene por indispensable, y aun así saben buscar refugio en las pequeñas cosas.

Son aquellos que desarrollaron el arte de saber sacar partido de un momento robado a su tristeza o su dolor, o incluso a su angustia; esos hombres sencillos que se resignan pero luchan por sobrevivir, que no ambicionan, que perdonan, que no se miran el ombligo, que siguen pensando, a pesar de todo, en los demás.

En términos humanos, más acá de la esperanza salvadora, el bienestar que alcanza esta gente que describo es algo así como la felicidad del pobre, pero no menor, seguramente, ni de menor calidad que la de aquéllos a quienes la vida sonríe plenamente. Es el bienestar de quienes se contentan con sentarse en un banco para pasar el tiempo, o con un buen plato de cocido, o con una ducha de agua bien caliente, o con unas sábanas limpias en la cama. Los que, a pesar de todo, son capaces de degustar la vida en el abrazo de una sombra amiga o de un rayo de sol sobre los párpados. Los que son capaces de encontrar la felicidad en las pequeñas cosas.

Emilio Montero Herrero

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“Hacer rendir el tiempo”

Posted by solidaridadmedios en febrero 15, 2017

aprovechamiento-del-tiempoE.M.Gray escribió hace unos años un ensayo bastante famoso, que tituló “The Common Denominator of Success”: El común denominador del éxito. Lo hizo después de dedicar mucho tiempo a estudiar qué era lo común a las personas que tenían éxito en su trabajo y, más en general, en el resultado general de su vida.

Curiosamente, su conclusión no situaba la clave en trabajar mucho, ni en tener suerte, ni en saber relacionarse (aun siendo todas estas cuestiones muy importantes), sino que, según E.M.Gray, las personas con éxito han adquirido la costumbre de hacer las cosas que a quienes fracasan no les gusta hacer. Hay muchas cosas que no les apetece en absoluto hacer, pero subordinan ese disgusto suyo a un propósito de mayor importancia: saben depender de los valores que guían su vida y no del impulso o el deseo del momento.

Da igual que seas un estudiante universitario o una profesora de un instituto, un médico o una juez, una madre que se dedica por entero a su familia o bien otra que es además una joven ejecutiva de una multinacional; en cualquier caso (y quizá en este último más aún), en tu vida hay un reto muy importante en cuanto a la organización del tiempo.

Para una persona con un mínimo de inquietudes en la vida, el reto probablemente no es lograr ocupar el tiempo, sino más bien saber sacarle su máximo partido. Y no se trata simplemente de conseguir hacer muchas más cosas, sino de hacer las que pensamos que estamos llamados a hacer, establecer una juiciosa distribución del tiempo que nos permita alcanzar una alta efectividad en el trabajo y, a la vez, un uso equilibrado del resto del tiempo, en el que tenga cabida la familia, las amistades, la propia formación, la atención de otras obligaciones, etc.

Recordando las reflexiones de John Keating, aquel carismático profesor de literatura de El Club de los poetas muertos, se trata de «vivir a conciencia la vida, de manera que no lleguemos a la muerte y descubramos entonces que apenas hemos vivido».

Vivir a fondo, extraer a la vida todo el meollo. Son ideas con las que Keating luchaba por sacar a sus alumnos de la monotonía y la mediocridad. Les proponía salir del montón, vivir con intensidad el instante, recuperar el viejo carpe diem! –aprovechad el momento– acuñado por Horacio.

Aunque quizá Keating se pasa, como se comprueba en la película, porque aprovechar el instante no significa vivir para él, y sin embargo sí resulta positivo ese afán por extraer a la vida humana toda su riqueza. No le falta razón en ese esfuerzo suyo por arrancar a sus alumnos de la vulgaridad, de la falta de sentido. Porque es triste ver cómo algunos casi se puede decir que han muerto antes de morir, porque cuando les llega la muerte le han dejado casi todo el trabajo hecho.

Alfonso Aguiló

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Magnificar el instante

Posted by solidaridadmedios en febrero 14, 2017

libertad con inteligenciaMe decía una chica que lo que más miedo le daba en sus relaciones con los chicos, era cuando había ocasiones de “magnificar el instante”. Al principio, no la entendí. Me aclaró que hay veces en que “las cosas son tan bonitas que parece que van a ser así toda la vida… y cuando terminan, me doy cuenta de lo que ha pasado y me queda un vacío grande”_

“Es que yo creo, continuaba, que para pasarlo bien, hay que pasarlo bien también después de haberlo pasado bien: tener paz a posteriori. Si después de pasarlo bien te sientes desasosegada, eso no es pasarlo bien, sino dejarse llevar por el instante. Por el deseo del momento. La libertad tiene mucho que ver con esto, concluyó.”

Me di cuenta que era una persona que tenía cultura y que sabía lo que decía.

Es cierto que el deseo de idealizar un instante, nos puede llevar a hacer y decir muchas tonterías de las que luego nos arrepentimos. Esto sucede no solo en el sentido positivo que decía esta chica, sino también en otras situaciones quizá más negativas. Por ejemplo, hay veces que, por no ser rechazado, por creer que se va a parecer raro, porque lo hace todo el mundo o por miedo a lo que dirán de nosotros, tomamos decisiones que pueden ser francamente perjudiciales para nuestra vida.

La persona madura siempre intenta distanciar el instante -tanto positivo como negativo- para vivir mejor su libertad y actuar más de acuerdo a su forma de pensar.

Debemos de tener en cuenta que los instantes suelen repetirse. ¡Cuántas relaciones  no previstas y no queridas se tienen porque no hemos evitado ese instante del que hablábamos, o como consecuencia de haber bebido más de la cuenta, o de haber salido con esa persona! Esas situaciones hay que procurar evitarlas; si no, esos instantes aparecerán con su fuerza arrolladora, y después de ellos –como bien decía aquella chica del principio- el vacío.

Si esto no lo vivimos, haremos cosas que no están de acuerdo con lo que queríamos hacer. La libertad también lleva consigo saber en cada momento con quién está uno, donde está y como está. ¡La libertad tiene sus exigencias!

José María Contreras

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Hacer el bien es siempre algo grande

Posted by solidaridadmedios en febrero 14, 2017

ayuda a los niñosUn hombre pasea tranquilamente por la playa a primera hora de la mañana y, a lo lejos, ve caminar a un niño.

Según se acerca a él, ve que de vez en cuando el niño se agacha, recoge algo entre la arena y lo lanza con fuerza al mar. Cuando ya está más cerca, ve que lo que recoge son estrellas de mar, atrapadas en la orilla al bajar la marea y condenadas a ahogarse al sol, y el chico las devuelve al agua para que puedan seguir con vida.

Cuando el hombre llega a la altura del niño, le pregunta: “¿Pero…, para qué haces eso? ¿No ves lo inmensamente grande que es el mar, con todas las playas que tiene, y los millones de estrellas que morirán a diario al bajar la marea? ¿No te das cuenta que lo que haces no cambia nada?”.

El niño le mira fijamente, con asombro, con perplejidad, duda un momento pero luego se agacha de nuevo, recoge otra estrella y la lanza al mar. Se gira hacia el hombre y le dice, mientras señala hacia el agua: “¿Usted cree? Por lo menos, para esta estrella sí que ha cambiado algo.”

Hay muchas ocasiones en que los grandes razonamientos pueden hacernos perder el sentido y la grandeza de lo que es hacer el bien, por pequeño que sea. Toda buena acción tiene sus buenas consecuencias, aunque quizá sean minúsculas, o se vean muy poco, o parezca que no cambian casi nada. Entre otras cosas porque hacer el bien es siempre algo grande.

Es verdad que la mayoría de las cosas que hacemos no cambiarán el mundo. Y es cierto que apenas aportan nada si se contemplan en términos de grandes estrategias globales. Pero también es cierto que cada pequeña acción buena es un bien para alguien, y quizá para esa persona, en su caso particular, ese bien no sea tan pequeño. No va a resolverle su vida, ni va a aliviar apenas su sufrimiento, ni evitará quizá que vuelva a pasar por esa misma necesidad al poco tiempo, pero es indudable que cada pequeño detalle de preocupación y cercanía con otra persona hace el mundo un poco mejor, más llevadero, menos difícil, más humano. Muchas veces, esos pequeños detalles que supuestamente no resuelven nada, son precisamente los que dan sentido a nuevos esfuerzos, los que nos hacen mejores a nosotros mismos, los que proporcionan a otros la energía y las ganas de vivir, los que invitan a no abandonar esa dinámica de preocuparnos unos por otros sin ampararnos en razonamientos que enfrían el corazón y narcotizan nuestros mejores sentimientos.

Si cada uno devuelve al mar cada día unas cuantas estrellas que encuentra en su camino, si cada día, cuando vemos algo que queremos cambiar dejamos de pensar en que esa tarea es inútil, en que somos pocos los que nos planteamos hacerlo, o que es una tarea que nos queda grande, que nos excede, si la gente tiene el pragmatismo de no ser tan pragmáticos, entonces haremos entre todos un mundo cada día un poco mejor. Y si los demás no lo hacen, lo hacemos nosotros y al menos así a nuestro alrededor lo lograremos un poco. Aunque sea cierto que lo que hacemos es como una gota en el océano, también es cierto que la realización de una buena acción genera en quien la realiza y su entorno una satisfacción y una inercia que nadie puede suplir, la alegría de hacer el bien, que siempre genera una cadena de buenas acciones, porque quien se sorprende ante los pequeños buenos detalles de los demás se siente impulsado, casi obligado, a hacer lo mismo con los demás.

Alfonso Aguiló

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Superar la frustración

Posted by solidaridadmedios en febrero 8, 2017

amor-contra-frustracionLa capacidad de frustración tiene mucho que ver con la madurez de una persona. Una persona inmadura se frustra con mucha frecuencia porque, para que no se sienta triste y desequilibrada, le tiene que ir todo bien en su vida.

La poca capacidad de frustración hace que las personas sean infieles a sus compromisos. Un compromiso, si de verdad merece la pena, tiene altibajos emocionales que deben considerarse como normales. El hombre muchas veces no es dueño de los acontecimientos que le provocan cambios en su estado de ánimo. Darle mucha importancia a esos cambios, en una persona sana, es una señal clara de falta de madurez. Manifestaría que su capacidad de mantener un compromiso, estaría en relación directa con su estado de ánimo.

La capacidad de frustración tiene mucho que ver con la fidelidad. Cuanto mayor sea, nuestra capacidad de ser fieles aumentará.

Hay personas que sólo son fieles cuando tienen placer, cuando lo pasan bien. Son personas inmaduras en las que no se puede confiar. Su libertad para el amor es muy poca, porque sólo está sostenida por un estado de ánimo.

Cada vez nos resistimos más a aceptar que el amor verdadero implica un cierto sacrificio en algunas etapas de la vida. Sorprende encontrarse con personas que, por su edad, deberían saberlo y te lo preguntan con el deseo de que le digas que no, que si el amor es verdadero, no tiene por qué haber sacrificio o dolor.

Ese sacrificio que a veces exige el verdadero amor, es una frustración que las personas inmaduras no soportan y, cuando llega, se cuestionan toda su relación. Por tanto, es muy importante saber lo que hunde al otro, lo que le desanima, lo que le hace pensar que la relación no va bien. Es tan importante como conocer la madurez del otro y su capacidad para amar.

Una persona inmadura toma decisiones, generalmente, por el estado de ánimo, por las emociones y no olvidemos que, todo lo que emocionalmente se crea, emocionalmente se derrumba.

Alguien podría preguntar: “Y las relaciones sexuales ¿ayudan en este proceso?” Por un lado, parece evidente que el simple hecho de haberse acostado con una persona, no implica que se sepa mejor, puede compartir su vida emocional con ella o no. Por otro lado, toda la presión para que haya sexo es negativa y no mejora en nada una relación. Puede dislocar emocionalmente a esas personas. Yo conozco casos de parejas que podían haber sido un buen matrimonio y el sexo introdujo unas variables en su relación que terminaron por romperla. Muchas veces se quiere meter compromiso a base de sexo. Es un error. No funciona. Ni en el hombre -entrega el cuerpo antes que el corazón- ni en la mujer -se puede enganchar y dejar de ser libre para el amor-.

Hay que conocer, a base de hablar y de ver la vida del otro, la capacidad de compromiso que el otro tiene. O sea, su madurez y su capacidad de frustración.

José María Contreras

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¿Seguir los deseos?

Posted by solidaridadmedios en febrero 8, 2017

novios-2“¡Ya no siento nada por él!”, “¡Se acabó el amor entre nosotros!”, “¡Fue bonito mientras duró!”. Oímos frases similares con frecuencia y a base de repetirlas, parece que acaban constituyendo en todos los casos un motivo real, una causa justificada.

Ya hemos dicho que los sentidos y los sentimientos siguen la ley de los rendimientos decrecientes que dice que aquello que gusta, cuanto más lo gozamos, termina gustando cada vez menos. Es una de las razones de que nos guste tanto una comida especial que se come pocas veces: si se comiera con frecuencia, ya no sería especial.

En una relación de pareja todo lo que tiene que ver con la afectividad, de alguna manera tiene que ver con los sentidos. Cuando uno se deja llevar solo por los sentidos, es muy fácil que la ilusión termine pronto y aquello que emocionaba, cada vez emocione menos. Los sentidos piden con impaciencia: ¡ya, ahora!

Para tener un cierto dominio de uno mismo y no marchitar los amores, hay que tener una cierta sobriedad que no reprimirá las emociones, sino que buscará su equilibrio. Sin esta sobriedad, lo “grande” –inteligencia y voluntad- quedará a merced de lo “pequeño” –pasiones e instintos-.

Para que un amor dure hay que cuidarlo, tratarlo con delicadeza. Implica cierta renuncia en el terreno de los sentimientos y los afectos, y esta renuncia no está de moda. Está bien visto realizar las mayores renuncias para adelgazar o para ganar más dinero; pero pocas veces nos encontramos con personas que realicen sacrificios para intentar que la calidad de su cariño sea mayor cuando ya no hay sentimiento. Yo siempre que me encuentro con personas así, me alegro y les animo aunque -bien pensado- debería ser lo normal.

No olvidemos que el sacrificio es renunciar a lo inferior para conseguir lo superior. Eso está en contra de “lo que se lleva”. Quizá esa falta de dominio de la inteligencia y la voluntad sobre los instintos, está conduciendo a mucho sufrimiento en el terreno amoroso.

– “En los amores, lo que me pida el cuerpo” decía el otro día una celebrity.

Y aunque sea un poco fuerte yo pensé: “Es una buena forma de fracasar como persona”.

Las cosas antes de llegar al corazón, tienen que pasar por la cabeza. El corazón no entiende de templanza, de sobriedad, por eso le tiran tanto las pasiones, los instintos. Utilizar la cabeza – inteligencia y voluntad- hace que no se desboque el corazón. De esa manera, lo educamos, lo hacemos capaz de amar cada vez con más intensidad.

José María Contreras

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A favor de los desfavorecidos

Posted by solidaridadmedios en febrero 3, 2017

malariaEl undécimo elemento sintético de la tabla periódica, un cráter lunar localizado en el Mar Oriental, el asteroide 6032 y el galardón más prestigioso en Medicina. Todos ellos llevan el nombre del ingeniero y químico sueco que inventó la dinamita, Alfred Bernhard Nobel. Desde 1901, el Instituto Karolinska de Suecia entrega cada 10 de diciembre —fecha en que murió Nobel— el Premio Nobel a científicos que sobresalen por sus contribuciones en Fisiología o Medicina. Los laureados en 2015 han dedicado sus vidas a la lucha contra varias de las enfermedades parasitarias más devastadoras: el irlandés William C. Campbell y el japonés Satoshi mura, la filariasis; y la china Youyou Tu, la malaria, el mayor de los asesinos africanos.

Las enfermedades infecciosas han sido un azote para la Humanidad desde la Edad de Piedra, y aún hoy constituyen una temible amenaza a escala mundial. En el siglo en que estamos a punto de viajar a Marte, las infecciones parasitarias castigan a las poblaciones más desfavorecidas del planeta, y además son enormemente limitadas las opciones disponibles para tratarlas. De los más de doscientos galardonados con el Nobel de Medicina y Fisiología, apenas un 15 por ciento lo han sido por sus aportaciones al diagnóstico, tratamiento y control de las enfermedades infecciosas.

Ronald Ross —un naturalista, médico, matemático, zoólogo y entomólogo escocés— recibió el Nobel en 1902 por demostrar que la malaria la transmitían mosquitos infectados. Desde entonces se ha avanzado mucho en el control de esta enfermedad, aunque todavía estamos lejos de su erradicación. Actualmente, la mitad de la población mundial vive en zonas de riesgo malárico, y no tiene acceso a medidas preventivas como las mosquiteras tratadas con insecticidas, las pruebas de diagnóstico o los tratamientos combinados basados en la artemisina. En consecuencia, se diagnostican anualmente entre 124 y 283 millones de casos, y se producen entre 367 000 y 755 000 muertes. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el 90 por ciento de las muertes por esta enfermedad en 2013 se produjo en África. El descubrimiento de la ivermectina y de la artemisina por parte de los Nobel de este año ha cambiado las perspectivas en el tratamiento de la malaria y de otras muchas enfermedades parasitarias, lo que permite la salvación de más de cien mil vidas en el continente africano al año.

Para pequeños grupos de investigación como el del Instituto de Salud Tropical de la Universidad de Navarra, la concesión de este Nobel ha supuesto una inyección de ilusión. Ilusión para continuar encarando unas enfermedades que deberían ocupar los primeros puestos en la lista de problemas globales, y para las que resulta tan difícil conseguir financiación.

Imaginemos un fármaco capaz de convertir nuestra sangre en un veneno para los mosquitos que se alimenten de ella sin que cause daño a las personas. Imaginemos que podemos implantar debajo de la piel un pequeño dispositivo capaz de liberar este fármaco a la sangre durante meses. Esta estrategia no libra de sufrir malaria si a una persona le pica un mosquito infectado, pero consigue que ese mosquito muera y no sea capaz de transmitir la enfermedad a nadie más.

En el Instituto de Salud Tropical de la Universidad de Navarra hemos diseñado y desarrollado un prototipo de dispositivo de liberación sostenida de ivermectina, que ahora esperamos poder utilizar sobre el terreno en África. Este dispositivo es el paradigma del altruismo: la persona que se lo coloca no se protege a sí misma, sino que está protegiendo al resto de la población de la malaria.

El impacto sobre la salud mundial de los descubrimientos de William C. Campbell, Satoshi mura, Youyou Tu, y de todos aquellos que ponen la ciencia al servicio de los más desfavorecidos, es imprescindible a pesar de las barreras que nos encontramos en un mundo en el que la mayor parte de los recursos en investigación se destinan a las enfermedades de los más ricos, como patologías cardiovasculares, neurodegenerativas o cáncer.

 José Luis del Pozo 

 

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